Mientras el sol se derramaba sobre las montañas de Puerto Rico, todo lo que Pedro Labayen veía desde su casa en Utuado era un río. El huracán María inundó la Avenida Esteves, la calle principal del casco urbano, dejando boquetes, postes eléctricos caídos y carros flotantes.

Las inundaciones repentinas destruyeron cinco puentes en todo el municipio. Los vientos y las lluvias arrancaron los techos de más de 500 casas. Unas 400 personas se resguardaron en refugios del gobierno. Los deslizamientos de tierra arenosos y volcánicos destruyeron las carreteras de montaña.

Detrás de la casa de Labayen, tres hermanas mayores y encamadas murieron bajo una avalancha de lodo que arropó la casa donde se quedaban.

Pero Labayen, de 69 años, aún no sabía las proporciones de muerte y destrucción que lo rodeaban. La monstruosa tormenta de 2017 había aislado a Utuado del resto de la isla y del mundo.

Labayen no estaba acostumbrado al tsunami del silencio. Un radioaficionado desde hace más de 50 años, se conectaba a diario con personas tan lejanas como Siberia e India desde su casa en la Cordillera Central, la sierra que fractura la isla por la mitad.

Aquí se cayó el mundo y nosotros no sabíamos lo que había pasado,” dijo Labayen.

La electricidad no volvió al casco urbano hasta meses después. A algunas partes remotas de Utuado les tomó un año recuperar la luz. Equipado con la tecnología que había amado por décadas, Labayen instaló un sistema de comunicaciones a través de ondas de radio que atravesaba las fronteras internacionales. Este le permitió a los residentes decirles a sus seres queridos que estaban vivos, coordinar la ayuda para las personas necesitadas y notificar a las autoridades sobre nuevos desarrollos.

La angustiosa experiencia inspiró a Labayen a desarrollar el Plan Comunitario de Comunicaciones de Emergencia de Utuado. La red local de radioaficionados empodera a los residentes del municipio de montaña, ofreciéndoles avenidas para la comunicación que son resistentes a huracanes, terremotos y otros desastres naturales.

“El plan nace aquí. Nace de la necesidad, nace del sufrimiento y nace del querer ser escuchado,” dijo Labayen. “Nace del corazón, y nace de la gente.”

“Y EL RADIO TODO EL TIEMPO AHÍ, DETRÁS DE MÍ”

En su duodécima Navidad en la tierra, los Reyes Magos le regalaron a Pedro Labayen una radio de plástico y una llave telegráfica.

“Empecé a escuchar a gente hablando. Y yo no sabía cómo se manejaba eso ni nada,” dijo. “Oía gente en inglés hablando y no me podía comunicar.”

El juguete azul funcionaba con solo milivatios potencia, pero Labayen logró hacer su primer contacto con un maestro de su escuela que vivía cerca. Durante su adolescencia el municipio noroccidental de San Sebastián, escuchaba las frecuencias ciudadanas que captaba el dispositivo.

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En 1970, a la edad de 19 años, Labayen estudió para obtener su primera licencia de radioaficionado, lo que le permitió enviar y recibir transmisiones en ondas de radio reguladas. La Comisión Federal de Comunicaciones lo bautizó como KP4DKE, el distintivo de llamada que todavía usa más de 50 años después.

Un compañero radioaficionado presentó a Labayen a su prima María del Carmen. La pareja se enamoró y se casó en 1976. Terminaron en Utuado, el bastión agrícola de Puerto Rico donde ella creció.

En el vestíbulo de su casa histórica en el centro de la ciudad, Labayen instaló una ferretería y una tienda de materiales escolares. Hasta la pandemia del coronavirus, vendía libros y materiales a los estudiantes que asistían al campus rural de la Universidad de Puerto Rico. Entre clientes, sintonizaba la radio que se había llevado consigo a la tienda.

“Y el radio todo el tiempo ahí, detrás de mí,” dijo.

La Guerra Fría estaba en todo su apogeo, pero Labayen y otros fanáticos de la radioafición rompieron las limitaciones de las fronteras y los gobiernos. Las paredes de su tienda se cubrieron con tarjetas de llamada de radio, las imágenes personalizadas, similares a postales, que los usuarios de radioaficionados se envían entre sí después de hacer contacto a través de las ondas de radio.

“Aparte de ser experimentadores, somos embajadores de paz y de bien entre países e intercambiamos nuestras culturas,” dijo.

Radioaficionados soviéticos le enviaron tarjetas de visita ornamentadas desde Leningrado. Otros representaban hermosas tomas de lugares lejanos: Un toro sobre un fondo azul, directo desde el famoso San Fermín en España. Fotos de playa de la Isla de Aves, un departamento federal de Venezuela.

Labayen incluso hablaba con monarcas como Hussein de Jordania y Juan Carlos de España.

Peter, como se le conoce en el mundo de la radioafición, entró en el “cuadro de honor”, la más alta distinción que puede recibir un radioaficionado, por ponerse en contacto con personas en cientos de países. A medida que desarrolló amistades en Nicaragua, Rusia, y en todo el mundo, también se convirtió en la piedra angular de las respuestas a la crisis del municipio.

“Los radioaficionados estamos ligados también a las emergencias. Cuando venían, las tormenta se caían los teléfonos. Entonces yo participaba siempre en todos esos eventos,” dijo. “Me iba a la Defensa Civil. Montaba mi equipo. Y yo era el que suplía las comunicaciones a nivel de Utuado.”

Cuando el huracán Georges de categoría 3 devastó Puerto Rico en 1998, Labayen habló con embajadas extranjeras. Cuando los miembros del ejército en Fort Buchanan, la única instalación militar federal en la región, no pudieron comunicarse con sus superiores en los Estados Unidos, Labayen los vinculó.

Veinte años después llegó el huracán María. La tormenta golpeó a Utuado y al resto de Puerto Rico con una furia que ninguna generación viviente había jamas presenciado. Al igual que millones de personas, Labayen y su esposa quedaron en estado de shock, tratando de captar la destrucción del paisaje ante ellos.

“Yo usualmente después del huracán me iba a averiguar. Y esta vez no me atrevía ni salir,” dijo, ‘No dije déjame salir al aire para decir cómo están las cosas. No se me ocurrió.”

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Tres días después, una transmisión de la estación de radio local de Utuado rompió el trance.

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“YO NECESITO A LOS RADIOAFICIONADOS”

María apagó la mayoría de las estaciones de radio comerciales de la isla. Solo un puñado, incluida WUPR, la principal estación de radio en el centro de Puerto Rico, permaneció en funcionamiento. Los 11 empleados de la estación trabajaron a través de los vientos y las lluvias para ofrecer noticias a los residentes de la región.

José Antonio Martínez, director de la estación desde hace 34 años, cree que el conocimiento histórico e institucional de la estación, en funcionamiento durante casi seis décadas, le permitió permanecer en funcionamiento durante la tormenta.

“Ya tenemos mucha experiencia, más de medio siglo, pues sabemos lo que tenemos que hacer, cómo nos vamos a preparar,” dijo Martínez, quien creció viendo a su padre dirigir la estación a través de inundaciones y tormentas.

Antes de que María golpeara, habían retirado todo el equipo de la planta baja de la sede y lo habían colocado más arriba en el edificio. Martínez trajo un nuevo generador. Cocinaron churrasco y tostones para la cena. Incluso mientras observaban cómo el río cercano se desbordaba e inundaba el primer piso, atrapándolos en el edificio, los anfitriones y productores de WUPR permanecieron en el aire.

“Seguimos trabajando”, dijo. “No sabía lo que iba a pasar, pero seguimos trabajando y seguimos sirviendo a la gente”.

Los residentes de Utuado con líneas fijas tradicionales de alambre de cobre, instaladas por la antigua compañía telefónica de Puerto Rico, podían comunicarse con la estación. Pero Martínez rápidamente se dio cuenta de que la mayoría de sus vecinos no tenían forma de comunicarse entre sí o fuera de Utuado.

“Yo digo, caramba, necesitamos tener contacto con el exterior. Todas las microondas de comunicaciones volaron, colapsaron con el huracán. Yo digo, yo necesito a los radioaficionados. Con los radioaficionados es que vamos a sacar la voz de aquí y ellos se van a contactar con el exterior,” dijo. “Inmediatamente llame al aire y dije necesito al radioaficionado Pedro Labayen.”

Ese mismo día Labayen vadeó el barro, las inundaciones y los escombros y se dirigió a WUPR, generalmente una caminata de 15 minutos alargada por la destrucción.

Después del contacto de Martínez, vecinos y extraños comenzaron a aparecer en la casa de Labayen, trayendo cientos de mensajes escritos a su puerta para que los enviara por radio.

“Estamos bien. Yesenia lo perdió todo pero se encuentra bien. Favor comunicárselo a los demás familiares,” lee una carta en tinta azul.

“Lo que necesitamos es dinero para velas, hielo, baterías, gasolina. Ven a buscar a mami,” dice otra, destinada a familiares en Estados Unidos.

El operador de radio enviaba señales todas las mañanas sobre el Pasaje de la Mona que separa a Puerto Rico y La Española. Cuando las estaciones de radio de la República Dominicana respondieron, “el puente”, cómo se llegó a llamar el sistema, estaba activado. Peter compartía los mensajes de Utuado y los radioaficionados dominicanos llamaban a sus destinatarios. Luego compartían las respuestas.

Por las tardes, Labayen se dirigía a pie a WUPR. Junto con un ancla, leía las respuestas que los utuadeños estaban locos por escuchar. Las repeticiones de las transmisiones de Labayen estaban entre la escasa programación original disponible en el país.

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En el aire, Labayen compartió cartas de amor entre parejas, historias de romance que mantenían a flote a vecinos desesperados. Trajo actualizaciones de los suministros que se necesitaban desesperadamente que estaban por llegar. Coordinó la llegada de las ayudas con las autoridades. Dejó que la gente supiera lo felices que estaban sus familias en el extranjero de que sus seres queridos estuvieran vivos.

A través de “el puente”, Labayen facilitó la donación de un generador eléctrico para un niño de 11 años encamado con problemas respiratorios y tres camionetas llenas de suministros a través de alguien de Utuado que vivía en Pensilvania.

“Querido pueblo de Utuado, mis mas sinceras palabras de apoyo y sentido solidario ante la tragedia que estamos pasando y mi más sentido pésame para aquellas familias que han perdido un ser querido,” comenzó una de las transmisiones diarias de Labayen. “Me gustaría explicarles rápidamente y lo más sencillo posible que es un radioaficionado”.

Desde los ondulantes paisajes verdes en las afueras del centro de la ciudad de Utuado, Zulma Dueño, de 75 años, escuchó los despachos de Labayen alto y claro.

“ME QUEDÉ INCOMUNICADA”

El huracán María fue la primera tormenta que Dueño resistió en su casa color melocotón, al pie de una colina tropical llena de árboles, sin la compañía de su esposo, quien había muerto años antes. Una de sus hijas vivía en Orlando, la otra en otro pueblo de la costa norte de la isla.

La viuda se preparó para la tormenta sola, clausurando todas las puertas excepto una de escape. Pero la tormenta llegó envuelta en la oscuridad de la noche, sacudiendo su hogar y sus alrededores salvajes con violencia.

“Tuve que salir de los cuartos. Me quedé en el pasillo, en una silla, esperando que todo pasara,”, dijo. “Empecé a rezar porque, Dios mío, sentí que las ventanas iban a [explotar]. Nunca en mi vida ha sucedido eso”.

Cuando llegó la mañana y Dueño abrió la puerta de su casa, vio una montaña de cables eléctricos, techos, portones y transformadores.

“Me quedé incomunicada”, dijo, “me quedé encerrada”.

Los escombros mantuvieron a Dueño en su casa sin luz durante siete días. No podía sacar la basura. Comía latas de frijoles y refrescos calientes. Su familia trató de escalar entre los escombros pero no pudo alcanzarla. Se preguntaban si estaba viva o muerta.

Una semana después, pudo salir. Fue entonces cuando escuchó a Labayen por las ondas, una de las primeras voces humanas que escuchó después de que la tormenta la atrapó.

“Me asombró. Vi que él se estaba comunicando con Santo Domingo,” dijo, y en ese mismo momento decidió que ella también tenía que convertirse en operadora de radio.

Por: Erika P. Rodriguez De EL NUEVO HERALD