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Cuenta sus experiencias…
Incluimos para el deleite de nuestros lectores , las experiencias de Don Juan Carlos Vergne cuya juventud transcurrió sirviendo como operador de radio en la Marina de los Estados Unidos. Movido por el deseo de viajar y ver al mundo, desde muy joven ingresó en la Armada como artillero. En ese puesto lo sorprendió la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. La Marina movilizó a sus artilleros, operadores de radio y el cuerpo de señales y les asignó misiones en distintos buques que navegaban entre Europa y América.
En su puesto de artillero en el buque “Antilles”, encontramos poco tiempo después a Juan Carlos, un muchacho de 17 años. Pronto se inician los viajes a Francia y es en estas travesías que conoce a un norteamericano de apellido Osborne y entabla amistad con el. El Sr. Osborne lo inició en el campo de la radiotelegrafía; era operador de radio en el Antilles y en sus ratos libres le explicaba a su amigo Vergne el funcionamiento del equipo. Le prestó, además, un pequeño instrumento para producir las señales. Fue está la primera experiencia que tuvo Vergne con instrumentos de telegrafía.
Describe Vergne su trabajo como artillero interesantísimo, pero sumamente molesto. La mayor parte del tiempo tenía que permanecer sobre cubierta y cuando azotaba el viento y el oleaje frio del Atlántico del Norte, barría la cubierta de la nave, miraba con gran nostalgia la cabina tibia y cómoda donde estaba instalado el Sr. Osborne operando sus aparatos de radio. De ese anhelo de comodidad y sosiego le nació el interés por la telegrafía. Pero antes de realizar sus deseos tuvo una experiencia desoladora.
Era el tercer viaje de regreso de Francia. Su barco, junto a otros dos, formaban un convoy con destino a los Estados Unidos. Por un desperfecto en uno de los barcos se vieron obligados a reducir la velocidad. Al tercer día de marcha, frente a las costas de Brest, un submarino alemán logró hundir el barco mayor, el Antilles, pereciendo sesenta y siete personas de la tripulación. Los supervivientes fueron conducidos a Francia donde permanecieron unos meses como medio de recuperación
Al regresar a los Estados Unidos, Vergne y el grupo de náufragos fueron llevados a cuarteles en Brooklyn. Fue entonces cuando Vergne vio la oportunidad propicia para solicitar admisión al Departamento de Radio de la marina. Se entrevistó con Mr. Muller, dirigente general del Departamento, quien le indicó que hiciera la solicitud por escrito. Su interés era tan grande que en breves minutos redactó la carta de solicitud y la sometió a las autoridades competentes. Luego se fue a su barraca con sus compañeros sobrevivientes, se compró todos los libros de radio que consiguió en New York y se dedicó a estudiar de día y de noche, privándose de las muchas diversiones que les proporcionaban a los soldados y marinos los multi-millonarios de la quinta Avenida. Durante el tiempo que permaneció en New York solo asistió a las óperas que cantó Caruso en la Opera Metropolitana y alguna que otra reunión de carácter expansivo.
Pocos días después fue transferido a los cuarteles de los radiotelegrafistas llegados de Harvard a revalidar mediante exámenes de clave Morse, técnicas y procedimientos de tráfico. Se le ordenó presentarse inmediatamente con su ropa y demás pertenencias, porque su traslado era definitivo. Para aquella época los operadores de radio de la Armada se preparaban en la Universidad de Harvard, donde se les ofrecía un curso que duraba seis meses. Estos estudiantes, conocidos como los “Harvard Boys”, eran ya populares en los Estados Unidos. Para recibir sus licencias de tercera clase tenían que someterse a un examen de revalida en Brooklyn, en el mismo lugar donde se encontraba Vergne.
Frente a largas mesas de madera sentaban a los aspirantes, cada uno con un par de audífonos. Vergne fue llamado para recibir instrucciones el mismo día en que sometían a examen a 86 estudiantes de Harvard. El encargado de los examenes vio al joven aspirante puertorriqueño interesado en la labor de los estudiantes próximos a someterse a la prueba y lo invitó en tono de broma para que tratara de interpretar lo que escuchaba por los audífonos. Al finalizar el examen, que duró 10 minutos, se le pidió a Vergne, todavía en tono de broma que leyera su hoja. Para gran asombro suyo, y de los demás, Vergne había sido el segundo entre los 86 estudiantes. Las horas que sacrifico estudiando en su barraca no habían sido en vano. Recibió muchas felicitaciones y las insignias como operador de tercera clase. Fue entonces a despedirse de sus compañeros – los supervivientes del Antilles – con quienes había compartido el tiempo que pasó en Brooklyn.
Días después se preparaba para salir en el “Florencia H” con rumbo a Europa. Una fiebre repentina lo retuvo en tierra sin que pudiera embarcar a tiempo. Un joven de apellido Long, el más brillante del grupo de operadores de Harvard, fue asignado al puesto de Vergne en el Florencia H, que salía con un cargamento de explosivos Du Pont. Días después el Florencia H fue alcanzado por un torpedo alemán pereciendo todos los tripulantes.
Vergne fue asignado entonces al “Winbago” donde desempeñaría el puesto de primer operador. El Winbago era el vice- comodoro de un convoy de 68 barcos que saldría de Norkfolk, Virginia con rumbo a Francia. Durante la travesía, el asistente de Vergne se enfermo y nuestro compatriota tuvo que hacer una guardia de 52 horas corridas.
Cuando se acercaba el barco a Francia, Vergne recibía las noticias que transmitía en clave Morse una estación instalada en la Torre Eiffel en París. Su labor consistía en hacer la traducción de las noticias del francés al inglés.
Al llegar a Francia, en la desembocadura del río Garona, escuchó por primera vez una transmisión en telegrafía que hacia un dirigible que volaba sobre el barco.
En aquella época la Marina empleaba en algunos barcos cuatro operadores en cada turno – uno situado en el puente sobre cubierta; otro recibía las noticias y las traducía con la ayuda de un asistente y el cuarto transmitía los mensajes. El primer radioteléfono usado por Vergne fue a bordo del “Sub-Chaser 40” en el Mar del Norte, en el 1919 y consistía de un transmisor de 30 vatios que se usaba para comunicación a corta distancia entre las distintas unidades de la flota. Los operadores solían mantener entre sí charlas durante la noche.
Al finalizar la guerra, Vergne fue a prestar servicios en el Mar del Norte en operaciones de barreminas. En el 1920, licenciado ya de la Marina, Vergne regresó a Puerto Rico como operador comercial, el primero en la Isla, respaldado por la RCA para fomentar la instalación de una estación radiotelegráfica unida a una radioemisora experimental de baja potencia. Tras semanas de estudio del negocio de cables en la Isla, Vergne sometió su plan a varias personas de dinero. La empresa comenzaría con mensajes a New York, España y los países del área del Caribe.
Nadie respaldo la empresa boricua que hubiera iniciado a una estación idéntica a la que luego instaló la RCA en el edificio Ochoa del Viejo san Juan, y hubiera atraído la radiodifusión a Puerto Rico en 1920. Solamente Don Rafael Colorado se mostró entendedor profundo del plan e hizo diligencias para lograr levantar la empresa, pero nunca pudo conseguir apoyo económico.
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